ESTIGMA SOCIAL Y PERSONAS USUARIAS DE DROGAS: La dificultad de reinserción.



Si todos los drogadictos de este país murieran mañana, yo lo celebraría” Ian O’Doherty, diario Irish Independent 
18 de febrero de 2011.

Con estas declaraciones y criminalizando el consumo de sustancias psicoactivas se construye la imagen negativa de la persona drogodependiente fomentando el estigma social llegando a ser víctimas de estereotipos, prejuicios y discriminación.

Existen diversos grupos sociales que por su aspecto físico, comportamientos, creencias, estilos de vida o etnia, se les considera “diferentes” excluyéndolos de la sociedad y recibiendo un trato diferencial. Uno de los grupos a los que se considera “diferentes” y reciben un trato diferencial es el de las personas consumidoras de drogas, de hecho, actualmente sigue siendo un colectivo señalado por la sociedad.

El término estigma no es muy fácil de definir. Lo que más se subraya en la literatura es que la idea de estigma implica una “marca” que distingue a quien la posee y que devalúa a los ojos de los demás. Goffman (1963) lo define como un atributo que desacredita profundamente a la persona, que la contamina convirtiéndole en alguien manchado, prescindible, a alguien que hay que evitar o apartar. Es importante mencionar el contexto, ya que una característica cualquiera puede convertirse en objeto de estigmatización en un contexto determinado o dejar de serlo en otro, es decir, el proceso de estigmatización es dinámico y adaptativo al contexto social.

El estigma puede manifestarse mediante tres tipos de comportamientos sociales. Siguiendo los modelos psicosociales, por un lado, nos encontramos con los estereotipos, que son estructuras de conocimiento aprendidas por la mayoría de las personas pertenecientes a una sociedad representando un acuerdo generalizado sobre las características de un grupo determinado, es decir, las creencias que existen hacia ese grupo en concreto. Cuando éstas se aplican y comienzan las reacciones emocionales negativas sobre esas personas, se ponen en marcha los prejuicios sociales, mediante diferentes actitudes y valoraciones, las cuales pueden llegar a la discriminación efectiva, es decir, se da lugar a todos aquellos comportamientos de rechazo.

El colectivo de las personas usuarias de drogas entraría dentro del estigma sociocultural. Por un lado, nos encontramos con el propio concepto de “droga”. Este es uno de los temas focales a la hora de abordar los estereotipos en drogodependencia. Es relevante entender qué entendemos por droga, y qué no. Es la propia sociedad quien determina qué sustancia se consideran sustancia psicoactivas, por eso es el factor sociocultural el que le da más valor al concepto que lo científico. Se podría decir que en el mundo occidental, se considera las drogas ilegales como peligrosas, como pueden ser el cannabis o la cocaína, mientras que son consideradas menos peligrosas las drogas legales como el alcohol o el tabaco. Pero también es importante tener en cuenta la dualidad existente entre el consumir drogas y aceptarlas o rechazarlas, dependiendo de la legalidad. Por un lado, las drogas socialmente aceptadas, consiguen la aceptación e integración en la sociedad, sus normas y mecanismos. No obstante, con las drogas ilegales, no solo existe un desconocimiento como en el caso de las legales, sino que se les asignan estereotipos para reforzar o justificar la actitud de rechazo. En segundo lugar nos encontramos con el “fetichismo de la sustancia” es decir, las drogodependencias son consideradas como algo que está fuera de la sociedad, identificadas como una enfermedad, ya que de esta manera se transmite una explicación tranquilizadora a la sociedad, por eso existe la tendencia de identificar, aislar y destruir la “patología”. El tercer estereotipo describe al drogadicto como un delincuente, esto es, la persona que necesita la sustancia recurrirá a la delincuencia para adquirirla, se considera una persona que no acepta las normas sociales. Por último, el cuarto estereotipo estaría relacionado con la imagen de la persona consumidora, que se le considera como una persona que descuida su salud, que lleva a la degeneración física, psíquica y moral, pudiendo llegar hasta la muerte.

Es importante mencionar que con los años la percepción hacia el consumo de drogas también ha ido modificándose. Cuando el consumo de droga era más visible, es decir, cuando el consumo era inyectado por ejemplo, el consumo era percibido como un gran problema social y eso creaba inseguridad. Hoy en día, esa preocupación y percepción de inseguridad ha disminuido notablemente a pesar de que el consumo siga manteniéndose, si bien es cierto que actualmente existen otro tipo de drogas y otras formas de consumirlas, que son menos visibles y menos vinculado a la marginalidad como puede ser el consumo de la cocaína. Sin embargo, las posturas hacia el consumo no han cambiado demasiado, muchas personas aún tienen actitudes de rechazo hacia quienes consumen diferentes drogas, además de relacionar este consumo con problemas familiares, adicción, delincuencia, marginación, muerte, pérdida de control y problemas de diversos orden (económicos, con los amigos, pareja, laborales…). 

Esta imagen del drogodependiente puede estar influenciada por los medios de comunicación y por la criminalización por parte de los controles sociales. No se puede negar que los medios de comunicación son una fuente de poder que distorsiona la realidad de este campo mediante el egoísmo, insolidaridad y rechazo. Además de esto siempre han demostrado una tendencia a expandir el problema en vez de prevenirlo mediante la utilización de estereotipos sociales. Las noticias relacionadas con las drogas siempre están relacionadas con actos delictivos o con la propia muerte. En cuanto al control social, está demostrado que las actitudes sociales están muy ligadas con las normativas jurídicas, por lo que es lógico que las persones también tengan actitudes punitivas hacia las personas que consumen drogas, sobre todo, las ilegales.

Así, el consumo de drogas está considerado como problema social al cual hay que hacerle frente mediante diferentes regulaciones y normativas, como indica Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. El régimen de control de drogas de la ONU, se basa en tres tratados: la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes, el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971 y la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988. Por su parte, en España, los delitos relacionados con las drogas son denominados “delitos contra la salud pública” regulados desde los artículos 359 al 378 del Código Penal español donde la máxima condena será la pena privativa de libertad.

Debido al gran estigma social asociado con el consumo de drogas, las personas consumidoras suelen ser objeto de discriminación en su trabajo y en sus comunidades, por ello se recoge que estas personas tienen entre otros, derecho a no ser objeto de discriminación. Para ello existen otras normativas y regulaciones para protegerles. En España, también se recoge este derecho a la no discriminación en la Constitución española, que dice en su artículo 14: “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. En el País Vasco, existe la Ley 1/2016, de 7 de abril, de Atención Integral de Adicciones y Drogodependencias, en ella también se reconocen los derechos, no solo como personas usuarias de los Servicios Sociales o de salud, sino también como libertad personal para que nadie pueda ser objeto de discriminación por sus circunstancias ante las adicciones, como se establece en su artículo 6.

Por su parte, ser percibida como persona consumidora de drogas puede afectar de manera negativa a la vida de la persona produciéndose una construcción social bajo el atributo “drogadicto” que es siempre arbitraria, cultural y totalizadora. Es decir, que el estigma internalizado tiene su impacto en la persona estigmatizada. En muchos casos, ese prejuicio social determina y aumenta las dificultades de integración social y laboral de las personas, ya que las actitudes de rechazo y las consecuencias de una imagen social negativas pueden levantar muros sociales adicionales aumentando el riesgo y la marginación.

En consecuencia, es importante hacer campañas y programas eficaces para prevenir el consumo de distintas sustancias, y a su vez, luchar contra el estigma de estas personas para que su integración social como laboral sea la más justa y adecuada posible. Ya que, además, son personas que aunque hayan pasado por un programa de rehabilitación psicosocial, sigen poseyendo esa “mancha” el cual es muy difícil de limpiar dificultado su reinserción social y laboral. 


Fuente: Mancisidor, E. (2017). La autopercepción del estigma social en las personas usuarias de Proyecto Hombre. Donostia: UPV/EHU.

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